Hay ocasiones en las que las circunstancias nos hace sentir pequeñitos. Es como si la vida te diera un bofetón tan grande que te descuadrara las ideas y parece que todo lo que antes tenía sentido lo perdiera de un plumazo.
Tenemos un ideal de vida, unos planes establecidos y la certeza de que todo debe ser como pensamos. Cuando sucede algo que no concuerda con el plan de tu mente, aparecen los fantasmas del miedo, la incertidumbre de un futuro incierto que no es el que te habías fijado. Te sientes como un perdedor que no ha sido capaz de conseguir eso que te hacía tanta ilusión.
Lo que ocurre es que solo pensamos en nuestro plan y no caemos en la cuenta de que, en él, existen los obstáculos, las circunstancias o más personas con sus propios proyectos, objetivos o sueños.Que es probable que la hoja de ruta de esas personas no tenga nada que ver con la tuya. Incluso siendo el final de ese camino el mismo que el tuyo, puede ser que esa persona quiera tomar un camino alternativo, quiera hacerlo a otro ritmo o de distinta manera.
Es imprescindible el respeto y la empatía cuando queremos llegar juntos a cualquier destino. Cada cual tiene sus propias creencias, valores o deseos y nadie es propietario de ellos salvo aquel que los posee.
No podemos ser tan egoístas como para interponer nuestra ruta a la de quien nos acompaña. Si lo que realmente deseamos es esa compañía, lo ideal es hacer juntos el camino con toda libertad, sin ataduras o exigencias que solo pueden llevar a que uno de los dos, o ambos, tengan un viaje horrible y ese tampoco era el plan.
La vida no es una competición en la que debamos ganar o perder, a veces es mejor quedar el último y haber disfrutado plenamente de la carrera. Sin miedo, con respeto, dando lo mejor a uno mismo y a todos los que forman parte de ese hermoso viaje.
Si es así yo quiero perder, quiero llegar el último y con las personas que quiero porque eso querrá decir que habré ganado.