No hay duda de que todos los Humanos somos iguales en lo fundamental. A pesar de que existan ricos y pobres, analfabetos y cultos, variedad de razas, sexo o religiones, en el interior de cada individuo tenemos el mismo objetivo final que es lograr ser felices. Todas las actitudes y maneras de afrontar la vida se dirigen en la misma dirección: la felicidad.
Tenemos la creencia
de que las personas pobres, los ciudadanos de países o comunidades
más desfavorecidas son los que tienen más dificultad para conseguir
el objetivo de la felicidad, sin embargo muchas veces da la impresión
de que no es así, que en realidad son los que menos angustia pasan.
Las sociedades más desarrolladas están presas en la idea de la
abundancia, buscan su felicidad en la acumulación olvidando que son
necesarias otras cosas. Esto les conduce al tormento o a la ansiedad
y de ahí el ambiente de estrés que se suele sentir en las ciudades
más desarrolladas.
Las apariencias
pueden resultar muy engañosas. Una persona bien situada, con una
gran casa y un fantástico coche puede dar la impresión de ser
inmensamente feliz pero la parte que no es visible, su interior,
puede distar mucho de la felicidad que aparenta. La obsesión por lo
material ha dejado de lado la búsqueda de la afectividad, la
compañía, el apoyo de los demás, etc. fundamental para ser
realmente felices.
Los Seres humanos
cada vez somos más independientes, y no necesitamos el apoyo de un
vecino o un hermano para realizar una actividad. Las máquinas y los
avances tecnológicos han sustituido la colaboración humana que,
además de ayuda, era fuente de solidaridad, colaboración y amistad.
Cada vez somos menos afectivos y este es el camino hacia la soledad.
La lucha por la
felicidad basada en la opulencia y el materialismo da como resultado
que cada vez seamos más competitivos y esto, a la vez, que seamos
más envidiosos por no ser más “felices” que el vecino. Es
decir: la lucha por conseguir la felicidad nos conduce a todo lo
contrario.
El avance y el
desarrollo están dejando a un lado a los valores morales y la ética.
Se ha cambiado la fe en una religión por la fe en la tecnología y
la ciencia, dejando nuestra confianza en los avances del desarrollo y
no en nuestras propias virtudes.
Por el contrario, en
las sociedades más rurales, menos desarrolladas o menos urbanizadas,
sus habitantes viven con más tranquilidad y en un ambiente de mayor
armonía. Lo que en una gran ciudad es tan normal como ver pasar una
ambulancia o un coche de policía con las sirenas, en un pequeño
pueblo o en una aldea, sería todo un acontecimiento.
En mi opinión la
humanidad tenemos el reto de conseguir equilibrar los beneficios que
nos aporta el desarrollo con la convivencia en un entorno de armonía
y serenidad. Imaginaos lo que podría ayudar en muchos poblados de
África la canalización de agua y evitar caminar kilómetros de
distancia para conseguirla. El desarrollo es tan importante como la
tradición de la convivencia y la tranquilidad. La felicidad se encuentra en ese equilibrio.
Los avances
industriales, tecnológicos o científicos están producidos por la
instintiva condición humana de conseguir la felicidad y tener una
vida más cómoda. Vivir en Ciudades con todo tipo de servicios,
conseguir un buen trabajo para disfrutar de bienes que nos aporten
comodidad y calidad de vida es beneficioso siempre y cuando las
consecuencias no sean estar solos, ansiedad, envidia o avaricia. La
humildad es algo que no podemos perder si queremos encontrar la
felicidad en su totalidad.
En el equilibrio se
encuentra el objetivo.
J.M.G.G.