Nadie duda la necesidad de que los niños vayan a la escuela y tengan una educación de calidad para que, el día de mañana, puedan convertirse en personas cultas y lleguen a tener un buen trabajo que les proporcione una gran calidad de vida. Pero si revisamos las calificaciones de los niños en el colegio no veremos ninguna asignatura en la que se enseñe a combatir la ansiedad, los celos, la envidia o el egoísmo. Nadie les enseña que no se puede estar motivado si llenamos la cabeza de pensamientos negativos.
Es preciso que los niños aprendan que el éxito de su futuro pasa por todo lo que aprenden pero que, para nada les servirán las matemáticas, la geografía o la literatura si no se dispone de lo más importante, que es su propio equilibrio mental. Para conseguir esto es necesario enseñarles que deben derrochar al máximo la alegría con la que todos nacimos y por nada del mundo reprimir su tendencia al juego, es algo natural en los niños, y dejar que actúen naturalmente para que desarrollen sus facultades morales y mentales es fundamental.
Las personas adultas tenemos el convencimiento de que a los niños debemos convertirlos en hombrecitos y mujercitas para que sepan, desde temprana edad, lo que les queda por vivir. Creemos que los estamos preparando para el futuro y lo que estamos consiguiendo es que pierdan la inocencia, tan necesaria en esas edades como en la etapa adulta. Les estamos recortando la libertad de comportarse como lo que son, niños.
Hemos de estimular a los niños a que rían y a que jueguen. Una niñez triste es el preámbulo de una madurez prematura. Hay una cita que dice " Poco cabe esperar de la niñez sin regocijo, pues los árboles sin flor nunca dan fruto". Y es que si la niñez es feliz, las posibilidades de una feliz edad adulta crecen mucho. Para esto es necesario enseñar desde bien niños los buenos hábitos de la amabilidad y del respeto pero sin menoscabar la innata necesidad de juego y la inocencia de cada niño.
El futuro de los niños pasa por una infancia alegre y si estimulamos esa alegría les estaremos ayudando a ser más valiosos en la profesión que elijan. Todo lo contrario pasará si el niño crece con la enseñanza adquirida de que no puede divertirse, reír o jugar para llegar a ser una persona íntegra. Estos niños no sabrán lo que significa disfrutar y ser feliz porque nadie les enseñó. Se convierten en personas que temen reír, futuros déspotas que en verdad son pobres personas carentes de felicidad.
Ni que decir tiene que una educación basada en la felicidad es un augurio de una vida cotidiana alegre, de un hogar jubiloso y amable donde el respeto y el amor aprendido será el protagonista del día a día.
Una enseñanza a los niños de esta filosofía de la alegría y el respeto es sinónimo de una futura sociedad con menos desdicha, menos delictiva y más amable, incluso menos enfermiza.
Le damos mucha importancia a la formación académica de los niños, en mi opinión demasiada. El conocimiento de las materias tradicionales es necesaria para el futuro profesional pero estamos desechando el aprendizaje de las facultades afectivas, menospreciamos la necesidad de juego, no damos importancia a la enseñanza de las emociones, del amor, la amabilidad o el respeto. Son materias que puede que no les dé a los niños una futura profesión pero que serán necesarias para algo más importante que un trabajo: una vida feliz y alegre.
Pienso que no estaría nada mal que los niños llegaran a casa algún día y que el trabajo para el colegio o los deberes para el día siguiente fuesen algo así como: Juega toda la tarde, ríe mucho y se feliz, mañana el examen será de alegría.
J.M.G.G.
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