Los humanos somos seres sociales que necesitamos relacionarnos con otras personas. Incluso antes de nacer ya hemos formado un vínculo con nuestra madre y esa es la primera de muchas relaciones que hemos ido formando durante toda la vida.
Relacionarnos con otras personas nos aporta beneficios como amor, cariño, afecto, aprendizaje y muchos otros aspectos positivos, pero no todas las relaciones nos dan lo mismo y puede haber casos en los que alguien no consiga entregarnos lo que necesitamos. Su actitud, su manera de ser, sus ideas u otras características de su personalidad pueden hacer que no nos sintamos cómodos a su lado y esto nos causa malestar.
La mayoría de las personas tenemos la necesidad de agradar a los demás y es por esto que cuando nos cruzamos con alguien con el cual no estamos agusto, fingimos todo lo contrario y hacemos ver que estamos bien, que nos divertimos e incluso que nos cae bien. Actuamos así pensando que si le damos de lado puede parecer que somos unos prepotentes, que nos creemos superiores o, simplemente, que somos unos maleducados. Pensamos en lo que puedan pensar de nosotros los demás antes que en nuestro propio bienestar.
El hecho de que alguien no nos caiga bien, no quiere decir que ese alguien sea una mala persona. Puede pasar que se trate de un individuo muy querido o respetado por mucha gente, bien considerado por los demás, pero que no cubra nuestras expectativas y nos sintamos incómodos al tratar con él. Por suerte no todos somos iguales ni todos debemos gustar a todo el mundo. Es parte de nuestra libertad como personas, decidir con quién queremos estar.
Debemos aprender a elegir nuestras relaciones y no ser hipócritas con nadie, y mucho menos con nosotros mismos, para que el resto no piensen mal de nosotros. No pasa nada por dejar de relacionarse con determinadas personas. Si no estamos bien al lado de alguien, lo único que tenemos que hacer es dejar de estar a su lado, y no pasa nada. Nadie nos puede obligar a tratar con quien no queremos ni debemos desear nada malo para esa persona con la que no sintonizamos bien, simplemente nos alejamos de alguien que intoxica nuestra vida y que la relación con ella no es beneficiosa emocionalmente para nosotros.
Muchas veces habréis leido u oido que debes alejarte de las personas tóxicas. Cuando oímos esta denominación, automáticamente la relacionamos con alguien malvado, un maltratador o alguien que nos puede hacer daño, pero no tiene porque ser así, también se puede tratar de alguien cuya personalidad nos provoca malestar o incomodidad. Alejarnos de esas personas y vivir en paz con ellas y con uno mismo no es nada de lo que nos tengamos que avergonzar ya que lo que hacemos es un acto de libertad hacia ellos y hacia nosotros mismos.
Somos libres de decidir nuestras relaciones, de convivir con quien nos aporte felicidad y buenos momentos. Nadie debería fingir para mantener una relación que se basa en la mentira y que no nos aporta nada positivo, sería una farsa en la que no eres tu mismo y además de pasarlo mal soportando una persona obligado por tu deber inconsciente de agradar.
Debemos ser conscientes también de que nosotros podemos ser, de igual manera, una persona tóxica para otros, por lo tanto hemos de asumir y aceptar que alguien no quiera seguir relacionándose con nosotros. Esto no debe causarnos ofensa si tenemos claro que la libertad de los demás es tan respetable como la propia. El respeto y la libertad son las que consiguen que podamos vivir tranquilos y en paz, sin mentiras ni ofensas, sin críticas ni rencores, solo con libertad y respeto hacia la voluntad de otras personas.
Los humanos necesitamos relacionarnos, hacerlo es algo imprescindible para la supervivencia humana, pero igual de importante es elegir hacerlo con los que nos aporten aspectos positivos en nuestra vida, que nos llenen sólo de buenos momentos y que no nos intoxiquen la existencia.
J.M.G.G.
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