Con frecuencia somos víctimas o testigos de actos injustos, malos tratos, comportamientos fuera de lugar, delitos, robos, etc. De la misma manera recibimos favores, buenas palabras o halagos. Tanto en un caso como en el otro estamos sintiendo las emociones que en nosotros provocan esas actitudes y es eso lo que nos hace clasificarlas en buenas o malas, siempre dependiendo de lo que provocan en nosotros. Juzgamos una acción, un gesto o una expresión en función de lo que nos hace sentir, pero ese hecho o esas palabras son solo la punta del iceberg. Es lo que podemos distinguir, lo visible y por lo tanto lo único que podemos juzgar, pero detrás puede haber cantidad de circunstancias y motivos que pueden provocar que una persona actúe de una forma determinada.
Una acto puede no ser lo que parece. Pongamos el ejemplo del padre de un niño muy movido, este padre siempre está vigilando a su hijo porque contínuamente quiere subir a la silla para asomarse por la ventana. Siempre llega a tiempo para bajarlo y le explica que no debe hacer eso porque se puede caer y pasar algo grave, pero el niño sigue con la misma actitud porque lo ve como un juego. En uno de esos intentos por asomarse, el padre está despistado y no ve cómo el niño tiene casi medio cuerpo fuera de la ventana. Cuando se da cuenta de lo que está pasando corre hacia su hijo y lo agarra a tiempo. Por suerte no pasó nada pero el susto es tan grande que ese padre no puede reprimirse y le da una bofetada a su hijo.
Si ponemos nuestra atención a la reacción de ese padre asustado vemos un acto puramente espantoso, un padre que le pega una bofetada a un niño pequeño es algo miserable, pero para juzgar a ese padre no podemos quedarnos solo con el acto de la bofetada, no sería justo considerarlo mal padre y menos aún acusarlo de maltrato a su hijo. Debemos ver más allá de la acción y analizar lo que motivó esa reacción. Cuando tenemos todos los datos y los ponemos encima de la mesa, nos damos cuenta que además de haber salvado la vida de su hijo, es probable que debido a esa reacción, no vuelva a repetirse una situación similar en el futuro ya que el niño puede haber relacionado su acto con la reacción de su padre, por lo tanto puede que no vuelva a actuar así. Hemos transformado la bofetada de un padre a su hijo de un acto asquerosamente lamentable a uno heróico por salvarle la vida y evitar muchos sustos más.
Pero también puede suceder lo contrario. Imagina que conoces a alguien y poco a poco vas tomando confianza con el. Alguien con un trato exquisito que valora tu forma de ser, te escucha, te llama por teléfono para interesarse por tí. Os hacéis tan amigos que entra en tu casa, le invitas a cenar, la confianza crece y te pide un favor, que le prestes algo de dinero para pasar el mes ya que le han surgido unos gastos extras. Una persona así da confianza así que accedes. El sigue tan amable y te hace sentir como un buen amigo, así que el siguiente mes vuelve a pedirte dinero pero esta vez te pide una suma elevada para un pago muy urgente. Accedes otra vez convencido de su amistad y de que es una gran persona que merece toda tu confianza. Pasa un día y no sabes nada de él, otro y otro, no puede ser que haya desaparecido pero así es, esa gran persona se ha aprovechado de ti para estafarte con buenas palabras, halagos y siendo amable ¿ Quién iba a pensar algo así?
A veces las cosas no son lo que parecen, detrás de una acción siempre hay un motivo para llevarla a cabo y no siempre han de coincidir la motivación con el acto que resulta de ella. Los humanos solamente tenemos la capacidad para juzgar los actos y nunca buscamos el motor que los hizo posibles, es algo normal ya que una reacción, una acción buena o mala o unas palabras bonitas o feas, es lo que se deja ver y por lo tanto es lo que podemos juzgar en primera instancia. Un sentimiento, una emoción o un motivo, solo lo vemos cuando tenemos todos los datos para analizarlos, son invisibles a los demás e incluso, a veces, a uno mismo, por lo tanto quedan un un segundo plano.
Ante esto lo único que podemos hacer es intentar no juzgar a nadie por sus acciones sino más bien por los motivos por los que las realizan. Es algo sumamente complejo y difícilmente puede llevarse a la práctica, menos aún con personas desconocidas. Si fuese sencillo de llevarlo a cabo, los letrados y los tribunales no juzgarían tanto las acciones y si más los motivos que llevan a cometerlas. La desgracia es que los últimos son imposibles de verificar y los primeros son los que quedan y se pueden probar, de no ser así muchos presos estarían en libertad y muchos "inocentes" se encontrarían entre rejas.
Toda acción está motivada por algo, juzguemos los motivos. Aunque sean invisibles son la causa de todo.
J.M.G.G.
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