Había dos monjes que vivieron juntos durante cuarenta años y nunca discutieron. Un día uno le dijo al otro "¿A usted no le parece que es hora de que discutamos al menos una vez?" El otro monje dijo. "¡Está bien, comencemos! ¿Sobre qué discutimos?"; "¿Qué le parece el pan?" respondió el primer monje. "Está bien, ¿Cómo lo haremos?" Preguntó el otro. "Ese pan es mío, me pertenece." El otro replicó "Si es así, tómelo".
¿Qué lleva al ser humano a tener que discutir?, sentimos la necesidad de tener razón, de sentirnos superiores o de poseerlo todo. Nos hace falta para sentirnos importantes, para hacernos respetar o para subir nuestra autoestima.
Si pensamos en las discusiones propias o de otras personas ¿Son realmente necesarias? El objeto de discusión, en bastantes ocasiones, es algo totalmente banal, no es tan importante como para gastar nuestra energía en una discusión absurda por algo que, en realidad, no es vital para nosotros.
Imaginaos la típica discusión en una cola de supermercado. Abren una caja y llegan dos personas a la vez. Una dice que llegó antes y la otra que ella estaba en la otra caja y debería pasar primero. Ninguna de las dos personas cede para acabar la discusión sino todo lo contrario, discuten sobre quién pasa en primer lugar y no dan su brazo a torcer. Al final uno de los dos debe ceder o alguien del establecimiento tiene que tomar cartas en el asunto para poner orden. Al final, uno de los dos consigue pasar primero pero, ¿Que ha conseguido? nada. Le cobrarán más tarde que si hubiese dejado pasar a la otra persona, estará un buen rato de mal humor y, probablemente el helado que compró se habrá derretido.
Tenemos al mal convencimiento de que debemos pelear por nuestros derechos, que no tenemos que dejarnos pisar por nadie. Nuestros padres ya nos lo decían en la infancia. No podemos pasar por tontos, debemos ser fuertes y no dejarnos pisotear en la vida. Esto lo tenemos tan arraigado en nuestra mente que ceder nos parece de perdedores y nuestra autoestima se ve resentida. No podemos permitirlo.
Estas situaciones, tan cotidianas en nuestra sociedad, son debidas a la inconsciencia en la que vivimos. Cuando somos conscientes de lo que estamos sintiendo, podemos hacernos con las riendas de nuestras actitudes y somos capaces de pensar coherentemente. Si vivimos en paz con nosotros mismos podemos actuar en paz con los demás. No es necesario pasar primero en la cola, si cedo no pierdo, consigo estar en paz conmigo. Esto, ciertamente, es una gran victoria.
Tenemos el concepto de la Paz como algo que se escapa de nuestras posibilidades. Relacionamos la Paz con el fin de una guerra pero, nuestra vida está llena de conflictos y guerras a pequeña escala. La Paz la llevamos cada uno de nosotros dentro y nadie mejor que nosotros para evitar nuestras propias guerras particulares.
Nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos los conflictos que existen en el mundo y nos preguntamos cómo se puede llegar a ese extremo, pero nosotros mismos no somos capaces de ceder en una simple discusión por un puesto en la cola del supermercado y nos convertimos en parte de un conflicto absurdo, tanto como pueden ser los que vemos en las noticias.
A todos nos gustaría acabar con las guerras y las injusticias que rodean el mundo, pero no está en nuestra mano solucionarlas. Lo que sí está en nuestra mano es ser conscientes de que la Paz está dentro de cada uno de nosotros y que, podemos poner Paz en nuestros conflictos particulares simplemente viviendo en Paz con nosotros mismos.
La Paz no es algo tan utópico como pensamos y está a nuestro alcance cuando nos hacemos conscientes de que la llevamos dentro.
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