Hace unos días, conversando con una persona con la que me encanta hablar, esta me dijo que en ocasiones piensa que los perros son seres más inteligentes que nosotros los humanos y, analizándolo, creo que, en cierto modo, tiene razón. Jamás verán a dos perros, o a cualquier otra especie animal, ir a una guerra entre ellos. Puede que el instinto los lleve a una pelea de manera individual pero jamás verán a todos los perros luchando unos contra otros por ninguna razón o discriminando los de una raza o los de otra. No son tan necios como los humanos.
Esto se debe a que no paramos de acumular ira en nuestro interior hasta que no cabe más y rebosa al no poder reprimirla por más tiempo. Cuando esto ocurre explota la guerra a mayor o menor escala, surge el conflicto con otra persona u otro grupo que tampoco admite más rencor o ira en su interior.
La represión de los sentimientos es perjudicial para el bienestar emocional. Cuando reprimimos lo que sentimos en realidad estamos llevando una vida que no se corresponde a lo que somos. dejamos de realizar muchas cosas que nos gustarían por el miedo a sentir algo que no nos gusta y así acabamos actuando como una persona que no somos.
Desde pequeños nos han enseñado a controlar las emociones y no a transformarlas, que son cosas distintas. Con el control lo que conseguimos es reprimir y en la transformación dejamos que las emociones fluyan sintiéndolas con plenitud hasta el final, en el que desaparecen solas.
Estamos muy enfadados y salimos a hacer deporte, a correr o caminar. Si al llegar a casa observamos lo que estamos sintiendo, nos daremos cuenta que la ira ya no es tanta o incluso puede que haya desaparecido. No lo hemos reprimido ni controlado y, por supuesto, no la hemos proyectado contra nadie. Hemos conseguido transformar la ira a través del ejercicio físico. Esto lo podemos hacer así o subiendo a un mote a gritar, llorando amargamente o dando puñetazos a la almohada, pero nunca contra otra persona.
Si usamos ese enfado en contra de otra persona, estamos fuera de nosotros, dejamos que nuestra inconsciencia hacia lo que estamos sintiendo, pueda desencadenar una cadena de ira en el caso de que, ese en quien estamos proyectando la rabia acumulada sea tan inconsciente como nosotros. Esta persona hará lo mismo y, de esta forma se generará un conflicto que nace de la inconsciencia mutua. Esto es lo que provoca tanta violencia, agresiones o guerras. Reaccionamos de una forma inconsciente a lo que sentimos. Debemos transformar los sentimientos desde la conciencia de lo que estamos sintiendo.
Si ponemos una barrera a las emociones para que no nos afecten estaremos encerrándonos para defendernos de los malos sentimientos pero, también lo estaremos haciendo de los buenos. Así no nos afectará un insulto pero, de la misma manera, tampoco lo hará un abrazo, un beso y un halago. Nos estamos haciendo impermeables a la ira y también al amor. Un coste muy elevado e inútil.
La sociedad nos ha enseñado el control y la censura desde niños. Todos, cuando éramos pequeños y de mayores, nos hemos controlado al sentir que nos habían dicho que algo estaba mal, aprendimos de la censura, nos enseñaron a reprimir, a evitar las emociones y esto, ha acabado convirtiéndose en un hábito a lo largo de nuestra vida y lo hacemos inconscientemente.
La conclusión: No menospreciemos la inteligencia de los animales, emocionalmente son más inteligentes que nosotros y deberíamos aprender algo de ellos. Si dos perros pelean es porque son inconscientes de lo que hacen, es su instinto.
La conciencia nos hace humanos, usémosla y no seamos animales. O si.
J.M.G.G.
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