Translate
Ahora
viernes, 30 de octubre de 2015
LA FRAGILIDAD DE UN DICTADOR.
Durante nuestra vida nos relacionamos con muchas personas y adquirimos, hacia ellas, diferentes grados de afectividad. Alguna de estas relaciones llegan al nivel más alto de afecto, que es el amor y acabamos formando una pareja en la que ponemos todo nuestro empeño para que dure para siempre.
Por distintas razones, esas relaciones amorosas pueden terminar y cuando la ruptura es civilizada y con sentido común, cada uno sigue con su vida y la relación pasa a ser parte de la memoria y una experiencia más o menos bonita de la cual, como en toda vivencia, podemos haber aprendido y crecido como personas.
Pero hay ocasiones en las que las personas que han compartido parte nuestra vida a nuestro lado, no aceptan la ruptura y piensan que seguimos siendo parte de sus vidas en el presente, no asumen que la relación se acabó y que ya no tenemos la obligación de contar con ellos para nuestras decisiones.
Esto suele ser más habitual en los casos donde uno de los miembros de la pareja ha llevado el peso de la relación en cuanto a poder de decisión o por posee una personalidad más fuerte. Esa persona no encaja bien el hecho no tener poder sobre la vida de su, ahora, expareja y más aún cuando la ruptura no ha sido decisión suya. Se quedan anclados en el pasado y no aceptan que la otra persona ahora es libre para elegir cómo quiere vivir.
Cuanto más largas son este tipo de relaciones, más difícil les resulta aceptar la nueva situación, aunque es lógico que, al principio, cueste asumir la nueva situación. Ponen todas las trabas posibles para que la separación no sea fácil y así hacen que la otra persona tenga que seguir supeditada a lo que ellos decidan, es una manera de que no puedan desligarse definitivamente y de seguir decidiendo en la relación, aunque esta ya no exista.
Hay personas que llegan a usar las amenazas, a los hijos, el chantaje emocional o cualquier estrategia válida para seguir teniendo la última palabra. Yo lo comparo a las dictaduras en las que el villano dictador no asume el cambio de régimen y usa las peores artes para aferrarse al poder, a pesar de que la otra parte (los ciudadanos) han decidido que ya no quieren estar sometidos a él.
La persona emocionalmente más débil tiene esa fragilidad como hándicap cuando toma la decisión de romper la relación. La dependencia durante tanto tiempo hace muy difícil que pueda desvincularse totalmente. Por lo general, dar el paso de la ruptura, ya les supone un desgaste emocional importante, pero tras eso les queda aún un largo camino donde las dificultades que pondrá la expareja, le seguirán mermando el ánimo.
Las personas dominantes saben perfectamente donde deben atacar para debilitar la moral del más frágil y se aprovechan de eso para provocar el hundimiento moral. Si una persona no es consciente de que es libre para decidir, si no se desvincula emocionalmente de la otra persona, puede llegar a plantearse si hizo lo correcto a la hora de decidir el fin de la relación. De ahí la importancia de estar totalmente convencidos de que somos libres y de que no le debemos nada por decidir como queremos vivir nuestra vida.
Recurrirán a los hijos, a la economía, actuarán como las víctimas de la ruptura alegando cualquier tipo de excusa ruín y, es debido a la incapacidad que tienen de no aceptar la situación y de seguir viviendo su vida en solitario.
Mi opinión personal y mi reflexión sobre este asunto es que, paradójicamente, las personas más frágiles en realidad son las más capacitadas emocionalmente para aceptar el fin de una relación y, por el contrario, la persona que parecía la más fuerte, la que decidía, la más segura de si misma, resulta siendo la menos preparada para afrontar la situación, lo que ocurre es que ninguno de los dos son conscientes de ello y suelen creer que es justo lo contrario.
En definitiva: A veces el más fuerte es el débil.
J.M.G.G.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario